Perestroika (en ruso, ‘reestructuración’), término empleado para referirse a la reforma económica realizada en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) al final de la década de 1980. La palabra comenzó a utilizarse cuando, en 1985, Mijaíl Gorbachov pasó a ser el máximo dirigente soviético. Esta política ya estaba en la fase de diseño antes de su elección, pero fue en el pleno del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de abril de 1985 cuando se decidió que era crucial para rescatar al Estado del colapso económico y que había que llevarla a la práctica inmediatamente.
La perestroika habría de convertirse en un plan sistemático y en una estrategia concreta para el desarrollo del país. La reforma alcanzaba todas las áreas del sistema soviético: la ciencia y la tecnología, la reorganización de la estructura económica y los cambios en la política de inversión. Su objetivo era convertir una gestión muy centralizada en un sistema más descentralizado, basado en cierto grado de autonomía local y autogestión. Otros objetivos eran: reducir el alcoholismo y el absentismo laboral, permitir a las empresas tomar decisiones sin consultar a las autoridades políticas, así como el fomento de la empresa privada y de sociedades conjuntas con un número limitado de compañías extranjeras. Su contrapartida en el mundo de la cultura y de los medios de comunicación fue la glasnost.
Hacia el final del mandato de Gorbachov, la perestroika empezó a recibir críticas tanto por los que pensaban que las reformas se aplicaban con demasiada lentitud como por los que temían que destruyera el sistema socialista y lo sustituyera por la anarquía. En ambos casos se temía que el país se dirigiera al colapso. En 1991 Mijail Gorbachov perdió el poder tras un fallido golpe de Estado. Borís Yeltsin se convirtió en su sucesor, abandonando el comunismo y conduciendo a la URSS a su desintegración.